Un grupo de hombres, como en una obra de ficción, cada
mañana alistan sus potentes máquinas de las naves AN-2 (Antonov), para despegar a una nueva misión de trabajo,
ellos son los pilotos de la Aviación Agrícola.
Los integrantes de
esta tropa cuentan con una vasta experiencia y mucho coraje, que le permiten desarrollar acciones con calidad y
profesionalidad; desafían todo tipo de adversidades (climatológicas, mecánicas, escasez
de piezas) y otras situaciones fuera de su voluntad.
Cautivadoras resultan las historias en primera persona de
estos guapos que van desde aterrizajes forzosos, vuelos entre tormentas,
montañas, labores de extinción de incendios en las que, entre el humo, el calor
e intenso fuego se agigantan, como le
sucedió a aquel tunero, que un 14 de febrero, día de San Valentín, sin
perjuicio que lamentar, aterrizó su nave en el único lugar posible en las
montañas del Escambray. Nunca olvidará aquel hecho.
Estos pilotos realizan tareas importantes en el tratamiento
del arroz, en las que, según especialistas ejecutan hasta el 70 % de la atención a este cultivo, además de la atención cultural a plantaciones
cañeras y en menor escala el paracaidismo, el patrullaje forestal,
entre otras actividades que demanda
nuestra economía.
Así son estos grandes
de las alturas, que en nuestro azul cielo maniobran con tanta pasión, valor y
destreza.